Hoy he llorado en una entrevista de trabajo

Llevamos dos meses de año y ya he cumplido mi new year’s resolution: no reprimir mis emociones. Lo que no sabía en enero, cuando formulé el deseo atragantándome con las uvas, es que les daría rienda suelta siempre, independientemente del contexto.

Todo iba bien hasta que el entrevistador me ha preguntado eso de: dime un defecto. Como un cuchillo, una pregunta ha atravesado mi mente: “¿Solo uno?”.

He recordado que me sobran kilos. Que estoy en una relación tóxica. Que llevo meses sin hablar con mi madre y creo que es porque soy una mala hija. Que tengo la nariz desviada hacia la derecha. Que solo me hago selfies del lado izquierdo para ocultarlo, o sea, soy una farsa. Que no sé cocinar y cuando lo intento, me huele la casa a comida de perro. Que me han echado de dos curros y de tres pisos de alquiler. Que tengo una pierna más corta que la otra. Que tengo callos gruesos en las plantas de los pies porque piso mal a causa de la asimetría. Que me lavo los dientes, como mucho, una vez al día… y solo si me acuerdo. Que masco muchos chicles para camuflar mi halitosis, y eso me da muchos gases. Vamos, que por ser una guarra por la boca, lo soy por el culo. Que en segundo de la ESO le robé el novio a mi mejor amiga el día de su cumpleaños. Que los niños de mi vecina, a los que cuido de vez en cuando, me pegan los piojos recurrentemente, y he acudido a la entrevista con alguna que otra liendre que no me he podido quitar. Que ceceo. Que cuando lloro se me hincha el cuello, me pongo roja como si me estuviera ahogando y emito sonidos de sapo viejo al coger aire.

Lo último que pude decir antes de irme… fue un croar.

Estoy de vuelta a casa, llorando en el metro. Pero, ¿sabéis qué? Que se joda toda esta gente, que reprime sus emociones y que seguramente tendrá trabajo.


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