Ni siquiera un morreo me pudo despertar

Quiero introducir esta anécdota hablando de los sueños. Últimamente tengo muchos mientras duermo, y me estoy dedicando a analizarlos para conversar conmigo misma e intentar entenderme en estos tiempos convulsos. Son un recurso al que respeto, casi más que a mis anteriores terapeutas. Hace unas noches tuve un sueño lúcido, del que desperté haciendo una “prueba de realidad” a la amiga con la que soñaba. Le demostraba que estábamos soñando porque intentaba leer un cartel y las letras se deformaban, no podía ser otra cosa que un sueño. Anoche tuve una sensación parecida, pero estando despierta. Ni una mujer enmascarada y magnética, ni una confesión mortal, ni un morreo guarro en un baño me despiertan, así que puedo concluir que nada de esto fue un sueño. Esto fue lo que pasó.

Es martes, apunto de ser medianoche, en Madrid. Quiero volver a casa después de un día duro con malas noticias y un hambre voraz. De lejos, mi objetivo: un kebab abierto de madrugada que arreglaría mi noche. Veo de lejos a una mujer entaconada, con un abrigo de pelo sintético hasta los pies y un pelo rubio muy bien conseguido, ordenado en ondas perfectas que caen sobre sus hombros. Creía que solo se cruzaría, pero me para. “Excuse me, do you speak english?”. A partir de ese momento la noche fue en inglés. She invites me to have a drink around the corner. La rechazo, porque soy una niña responsable y mañana trabajo. Me coge del brazo haciendo una elegante pinza con sus uñas pintadas color nude y me insiste. ¡Me insiste! “Vamos, solo una copa, yo te invito, acaba de dejarme un tío plantada.” ¿Cómo voy a rechazar esta narrativa que el destino acaba de regalarme? Ando con ella. 

Juntas desentonamos bastante, pero ella hace los esfuerzos necesarios para mantenerme a su lado. Somos Miranda y Samantha paseando por Nueva York. Soy parte de su plan, su herramienta, hasta que deje de serlo. Pero no me importa, porque ella es parte del mío esta noche: procrastinar que mañana trabajo y vivir, vivir todo lo que pueda, porque estoy desquiciada y me apetece que así sea. Basta una calle para que me pusiera en contexto sobre aquel tío que le había dejado tirada. Basta la siguiente calle para que se presente como una mujer extranjera a la que todos los hombres de su entorno quieren follar, cuando ella solo busca el amor. Y no vamos por la tercera todavía cuando ya sé que es de un país europeo bastante conservador y me sorprende cuando me confiesa -casi a gritos- que es virgen. Empiezo a sospechar que enmascara lo que sea que necesita -quizá, como ella dice, amor- actuando como una completa anti-virgen. Y así lo demuestra durante la noche. Es la chica más erótica y explosiva que he conocido, o por lo menos lo es en este sueño. 

En la tercera calle que giramos se nos acercan dos chicos jóvenes de Puerto Rico. “¿Qué se hace un martes por la noche en Madrid?” Yo ya me he dejado atrapar por mi destino, así que les invito al plan que mi nueva compañera estaba orquestando. Ando con tres desconocidos por calles oscuras de Madrid -por lo que sea esta noche no funcionan las farolas- y aquí me saltan algo más las alarmas. ¿Y si estos tres están compinchados y me van a robar, secuestrar o algo peor? Agarro un poco más fuerte mi bolso y cierro la cremallera, esperando encerrar también dentro del bolso ese pensamiento. 

Llegamos al bar y nos sentamos los cuatro en una mesa. Ella le pide al camarero mirándole fijamente a los ojos un Pornstar Martini y le dice que está dispuesta a darle lo que sea a cambio. El camarero rie y me pregunta qué ha dicho. Pido las bebidas y nos sentamos. Mis nuevos amigos no oníricos son más jóvenes que yo, pero estamos todos en la veintena. Ella empieza a contar mil historias, a brindar por los hombres, por las mujeres, por el amor, por el hombre masculino y proveedor, por las mujeres independientes. Brindo y brindo con ella, agarrando la Alhambra con fuerza para comprobar que no la atravieso con mis dedos. 

No brindamos por la atracción, pero no hizo falta para que se diese. Uno de los puertorriqueños comienza a pretenderme. Me pregunta por mí: ¿cómo soy? ¿he tenido novios? ¿estoy soltera? Me mira con deseo y me dice que soy guapa, que soy atractiva. Me embauca con torpeza joven pero determinación latina. De mayor será un gran seductor pero aún le queda no tartamudear ni mirar a los lados cuando duda de sí mismo. Mi amiga rompe la escena, quizá porque las cosas no están yendo como ella quería, pidiéndome que la acompañe al baño. La acompaño, está bien. Al salir, la espero en una antesala, y entra este chico buscándome. Ella se da cuenta de lo que pasa, me da tregua y se va. Mi puertorriqueño me agarra con descaro y me morrea. Su boca sabe a chicle y sus pupilas están muy dilatadas. Yo me dejo llevar, esta noche vuelvo a ser adolescente. Volvemos a la mesa y me coge la mano por debajo mientras me susurra que nunca había hecho algo así, que a él no le pasan estas cosas… Brindo en mi mente por los hombres latinos y por lo mentirosos que son, pero esta noche me creo su mentira. 

Una llamada inesperada les hace irse. Me pide un último beso que le rechazo para no entregarme del todo a la adolescencia. En el bar, delante de todos, soy una mujer adulta y mañana tengo que trabajar. Nos intercambiamos los números y al llegar a casa veo que me ha enviado un SMS con mi nombre mal escrito, ha fallado en una letra. Dos horas y media después, le corrijo. Mañana será otro día, y el viernes él estará de nuevo en Puerto Rico, qué más da. 

Ella y yo nos quedamos solas en la mesa. Pero ella no puede estar sola conmigo, ¿qué va a sacar de mí? Rápido se gira hacia los dos hombres de la mesa de al lado. A estos dos, españoles, les empieza a contar una historia que no cuadra con lo que ella me había contado hasta entonces del porqué de su estancia en Madrid. Su nuevo objetivo era salir a bailar y tenía que conseguirlo a toda costa. La conversación con estos dos nuevos amigos de la noche se alarga, y acaban sentándose en nuestra mesa. Tras unas cuantas copas más de por medio, sucede algo que confirma mis sospechas. Me surge la necesidad, fuera de contexto, de decirle a esta mujer que es una persona muy especial, un personaje de película. Interrumpo y se lo digo mirándola a los ojos, con honestidad, porque es verdad y porque me ha hecho la noche. Por primera vez desde que la conozco -dos horas aproximadamente- agacha la cabeza. Me dice, mirando incómoda a su móvil: “Me cuesta recibir halagos, no me gusta la vulnerabilidad”. Hace una pausa e intenta reenganchar su personaje hablando de cualquier otra cosa banal para terminar diciéndome: “I’m dead inside”. Esta es la única prueba que tengo de la noche porque conseguí grabarlo discretamente.

Ella se va a otra mesa, charla con más personas. Al parecer le está diciendo “I love you” a un viejo. Yo mantengo una conversación bastante interesante con estos dos, sobre el post-punk, la juventud y cambiar de trabajo. Somos desconocidos hablando de inquietudes humanas. Se acaba nuestra cerveza y nos tenemos que ir. Ella no consiguió convencernos para quedarnos más. 

Me despido de ella dándole un fuerte abrazo y pidiéndola que se cuide. Se separa abruptamente de mí y me mira casi con desprecio, me dice a la defensiva: “Of course I will take care of myself”. Me lo dice con la lengua trabada y los ojos semicerrados del alcohol. No volveré a verla más. Me siento culpable de dejarla ahí, y se lo comparto a estos dos chicos. Con mayor o menor torpeza, me dicen que no es mi responsabilidad como esté, al final no la conozco. Solo espero que esos viejos con los que se ha quedado sean buenos viejos. 

Ya es mañana y me tomo un café mientras recuerdo la noche. No lleva alcohol, pero brindo conmigo misma por todo lo que pasa mientras dormimos, y todo lo que pasa mientras soñamos.


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