¿Era esa mi cara?

Hace mucho que no me miro detenidamente al espejo. Ni para analizarme los granos, peinarme, depilarme las cejas, exagerar mis expresiones ni para atravesar mi mirada hasta volverme una extraña.

Recuerdo una noche en un ferry en la que no podía dormir. Compartía la cama superior de una litera con un amigo, su respiración y los movimientos del barco, y estos dos últimos acompañantes se me hacían insoportables. 

Tenía 17 años y sentía la seguridad de poder merodear por los pasillos del ferry de madrugada sin peligro, me sentía protegida por el espacio limitado y por el mar abierto de noche como una puerta cerrada a quien quisiera escapar. Salí sin hacer mucho ruido y anduve bastante tiempo tratando de corregir con mis pasos el balanceo del mar. Aun mareada y aburrida después de haber descubierto nuevas salas, entré en el baño por hacer algo. También por hacer algo, hice pis, aunque no tenía muchas ganas.

Al salir de la cabina, la puerta daba al espejo sobre el lavabo. Me miré y sentí extrañeza. Me lavé las manos intentando esquivar mi propia mirada pero me forcé (digamos que fui yo quien me forcé) a volverme a mirar.

La luz blanca del baño iluminaba algunas partes de mi cara y hacía sombras que deformaban otras. La luz cálida de la cabina creaba un halo ámbar detrás de mí. Después de recorrer mi cara deforme e inmóvil, mis ojos se encontraron con mis ojos. Fue una de las primeras veces que sentí a la vez que yo no era yo y que esa no podía ser otra que yo, pero más profunda y más nuclear. Como cuando atraviesas algo con a mirada sin dejar de mirar su molde. O cuando te sientes tan presente que cruzas la línea y ya no sabes dónde estás. 

En el contexto de la noche, del balanceo y la luz, sentí terror de mí misma, pero no deje de mirar. Agarré el lavabo con mis dos manos y cuando recobraba la consciencia, me retaba. Me reté hasta que salí de mi cuerpo y con él, al rato, del baño. 

No recuerdo el camino de vuelta al camarote. Conociéndome, seguramente me perdí un par de veces por los pasillos hasta que di con el número de mi puerta. Abrí en silencio, subí en sigilo y me dispuse a dormir. Pude hacerlo a pesar de la respiración y el balanceo.

Me dormí pensando en la cara que había visto en el espejo. Sin lugar a dudas, aquella noche fue la primera vez que la veía.


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