El viaje: algo supuestamente divertido que puede que vuelva a hacer

Estuve unas horas en una ciudad portuaria de Italia donde otro espresso consiguió mantenerme en pie hasta que partiera mi ferry a Grecia. Solo hablo de cafés pero no sigo el ejemplo de Silvia; estoy comiendo bien más allá del café y de momento no me he cruzado con ningún marinero dispuesto a conquistarme. De hecho, anoche, me confundieron con un señor. El pobre hombre cuando me vio la cara se disculpó al instante llamándome signora, que tampoco lo arregla mucho pero me hizo bastante gracia. Me siento protegida por mi nuevo look andrógino. 

Este ferry está lleno de griegos. De hombres griegos; todavía no he escuchado a una mujer. Parece un bar de pueblo castellano. Todos visten la escala de grises y tienen cara de ser el día más aburrido de su vida cuando no ríen entre ellos. Parece que están en este ferry porque tienen que estarlo y seguramente sea así.

Dos francesas Quechua que deben ser lesbianas y estarán en sus sesenta se lavan los dientes en el restaurante del ferry. Definitivamente son lesbianas porque una acaba de sentarse con los brazos cruzados, las piernas cruzadas (esto es muy francés) y la espalda despegada del respaldo de la silla. Se sonríen con amor y miran juntas un mapa.

Hoy he dormido 10 horas, no seguidas pero disfrutadas, tumbada en los asientos de la sala de los que no reservamos camarotes. Es fácil olvidarse de que el mejor truco para dormir es estar cansada. Me ha parecido de muy mal gusto que no apaguen las luces, que parecen focos de teatro, en toda la noche. Hacen que te despiertes de muy mala hostia, como si te estuvieran juzgando por pobre para que te dejes de tonterías y te alquiles un camarote. Qué alegría haberme leído Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer de Foster Wallace antes de venir aquí, y eso que esto no es un crucero (Dios me libre). Tiene mucha razón.

También la tiene mi abuela, que no es filósofa pero sí vieja, al decir que la mejor carrera que puedes sacarte es la de ahorrar, así que para no gastarme mínimo 140 euros en un camarote (se dice pronto), me he metido en mi saco-sábana de dormir de pies a cabeza, he ocupado cuatro asientos contiguos en horizontal y he vencido al capitalismo. Lo digo con 1,80e menos en la cuenta porque me he pedido una botellita de agua para ocupar una mesa del restaurante mientras escribo esto. ¡Pero es mi primera botella de agua griega! Sigo feliz porque, al menos, no he cogido un avión, que contaminan más (me lo enseñó mi amiga Gloria), y me mantengo bastante firme en que nunca cogeré un crucero (y eso que no suelo negar que un cura sea mi padre).

Ya debemos estar sobre el mar Jónico. Veo desde la ventana rayada (como las de los aviones, que parece que las fabrican para evitar que veas el exterior nítido) el mar y sobre él islas abultadas que parecen monstruos marinos. He salido a las 7 de la mañana a la cubierta y lo primero que he visto al mirar abajo ha sido un pececillo dar un salto. Más tarde, un perro que descansaba junto a su dueño se ha girado hacia mí y con señas me ha invitado a mirar a la luna un buen rato. Cuando la miraba, movía las patitas delanteras como celebrando que le hubiera entendido. Algo tendrá la luna que decirme un día de estos.


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