Hice un viaje a Grecia para verles y me encontré conmigo. En la interrumpida rutina que resume mis días me encontré de frente con alguien que decía ser yo, y sin embargo andaba despreocupada entre buses a destiempo y palabras impronunciables.
Hice un viaje a Grecia y me encontré conmigo misma, cara a cara, y en ese encuentro vi a A., con su estabilidad doctorada, su escucha atenta y su bondad exponencial, intentando encontrar la discrepancia que nos una y hacer de ella una virtud.
Vi, también, a P.R., que desbordaba preguntas y, sobre todo, ganas de escuchar la voz que emanaba la respuesta, y la vi como siempre y a la vez con una mirada de incredulidad que da no creer que aún pueda haber alguien tan genuino en este mundo.
Vi a G. y a toda la energía que siempre la rodea y que germina sostenida (y sostenible) a cada paso que da. La vi mirarse a un espejo y plantearse los muelles que ella sostiene y la sostienen a ella, y también la imaginé en el futuro y solo deseé que no cambiase ni un ápice de quién es hoy.
Vi a l., que a su vez veía la luz de un túnel en el que no eligió meterse, y presenciar aquello fue, a su vez, una iluminación. Lo vi, como antaño lo veía todos los días, y me recordó la fuerza de un vínculo de hace años que está lejos de romperse.
Y también vi a P.F., génesis de estas palabras porque no es sino ella quien las ha ocasionado, la ví romper su estatus quo, metamorfosis continúa y necesaria de una mujer de los pies a la cabeza. La vi hacerse a sí misma, construir sin saberlo una casa que ahora es suya y no es de barro, pero resistente igual.
Fui a Grecia y, aunque jamás llegué a pronunciar bien su « gracias », me ví a mi a través de mis amigos, que es la perspectiva desde la que mejor me visito.
Sobre la autora
Un texto de A.I., que vino, como vinieron los demás a visitarme durante mi viaje, y escribió en su vuelo de vuelta sobre todo lo que vio en nosotros y lo que vio en ella. Su autorreencuentro.
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